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Nuevas tendencias, ¿nuevos padeceres?

Por: Alejandra Fernández

Hoy en nuestra columna TIC en Feria Franca, conversaremos sobre un tema que nos atraviesa, y con el cual nos identificamos: “la adicción a las tecnologías”. Nos preguntamos ¿nos reconocemos adictos al uso de nuestras tablet, notebooks, celulares? ¿o naturalizamos el uso excesivo justificándolo como un acto necesario por temas laborales, sociales o familiares? ¿Somos sujetos sujetados a los designios de las compañías digitales? De eso hablaremos.

¿Qué es la adicción?

La adicción es un trastorno en donde la persona que la padece tiene una compulsión recurrente y periódica, un deseo incontrolable de recurrir al objeto adictivo, generalmente se asocia al consumo de drogas, cigarrillo, el juego de azar. Algunas de estas son más fáciles de visibilizar que otras, como así también de prejuzgar o condenar. Distinto sucede con  la adicción a la tecnología, tendemos a naturalizar las prácticas habituales que nos conducen a estar muchas horas frente a la pantalla (chequeando mails, respondiendo correos electrónicos, mirando los posteos en las redes sociales y controlando la cantidad de likes que recibe una imagen o comentario, tratando de terminar la temporada de aquella serie que tanto nos enganchó, etc).

Para los expertos en el tema, todas las adicciones activan las mismas regiones cerebrales y «se alimentan en parte de las mismas necesidades humanas básicas”

Para Adam Alter, (profesor psicología y marketing de la Universidad de Nueva York) muchos videojuegos online y aplicaciones sociales han sido diseñados, precisamente, con la intención de resultar adictivo.

En su libro Irresistible ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?» señala que hasta el 40% de la población sufre adicciones relacionadas con internet, ya sea al correo electrónico, los videojuegos o la pornografía[1].

Ahora bien, los usuarios son los administradores del tiempo y calidad del mismo frente a las pantallas, ¿pero qué sucede cuando está incentivada por las megacorporaciones?

 

En columnas anteriores hemos mencionado el poder de las redes sociales más populares como Facebook, Twitter e Instagram en direccionar la voluntad de los usuarios, convenciendo al usuario, -casi inconscientemente- en la permanencia en sus sitios, incentivando así la compulsión, ¿como lo hacen? utilizando estrategias persuasivas para mantenernos pegados a la pantalla (actualización de estados, publicidad, etc)

En un artículo escrito por Alex Marrazzi, para la revista Anfibia lo explica así: “Instagram es una vidriera mentirosa que exhibe sólo los momentos perfectos de la vida de sus usuarios, Facebook nos segrega en grupos de personas donde todos opinan lo mismo, haciéndonos sentir validados y fragmentando las comunidades,  y YouTube utiliza su autoplay por defecto para que pases de video en video sin poder desengancharte. Son parte de un sistema diseñado para volvernos adictos. Llegamos hasta acá porque todas estas compañías produjeron cosas increíbles, que nos benefician, pero que al mismo tiempo tienen un modelo de negocio que se basa en engancharnos. Detrás de cada una de las pantallas de las apps hay miles de ingenieros a quienes les pagan para que nosotros queramos volver”.[2]

Por otro lado Marazzi nos alerta sobre algo totalmente escalofriante:

“usar redes sociales puede ser gratuito, pero de algún lado tiene que salir el dinero para mantenerlas. Nosotros no pagamos por esos productos, porque nosotros somos el producto.”[3]  Por lo tanto, si somos el producto debemos permanecer la mayor cantidad de horas posibles frente a la pantalla. En este sentido acuña un término interesante: “ la economía de la atención.”  ¿De que se trata esto? “Cuanto más tiempo permanecemos frente a las pantallas, más ingreso se genera para estas empresas”[4], de modo tal que deben crear espacios que nos convoquen a estar, si queremos encontrarle un paralelismo,  sería como el Agora[5] tecnológico, todxs y todo juntxs.

 Pero volvamos ¿por qué insistimos en permanecer aún reconociendo este negocio? Una posible respuesta para Marazzi es el hecho de la efectividad garantizada por un deseo  de validación social.[6]

Aquí nos vamos a detener por unos segundos. algunos sociólogos afirman: “las relaciones y el intercambio en el ciberespacio y la formación de comunidades virtuales a través de las tecnologías digitales, han venido a yuxtaponerse e, incluso, a sustituir las funciones tradicionales de los terceros lugares”.(lugares de esparcimiento y encuentro social: la oficia, el club) “Estos nuevos espacios de socialización emergen al calor de intereses compartidos, los cuales, aunque en su mayor parte también se comparten en la realidad presencial, adquieren un potencial comunicativo y de identificación personal cualitativamente diferentes.[7]

Aquí nos preguntamos: ¿con cuántas de las personas que tenemos en nuestras redes sociales nos sentariamos a tomar un café e intercambiar opiniones, likes, imágenes, videos? ¿Los invitaríamos a nuestro cumpleaños? ¿Compartiríamos una salida al cine o teatro? Sin temor a equivocarmos podríamos afirmar que con muy pocxs, porque la mayoría no son nuestros amigxs reales, sino espectadores de un recorte del territorio cibernético, ese en el cual buscamos la validación social a través de determinadas acciones que llevamos a cabo, hasta la obsesión.  

Para Ruiz (2008) “El ciberespacio, por tanto, es un territorio; y si la principal herramienta de adaptación social de los seres humanos constituye su capacidad simbólica, es innegable que el ciberespacio es un territorio semantizable, un espacio donde procesos metafóricos[8]  y metonímicos[9] lo convierten en un lugar repleto de rincones (…)

Pero no solo de adicciones se nutre la web, sino también de aquellos hábitos, los cuales terminan en trastornos, tal como el síndrome de fatiga informativa, provocado por la sobrecarga de información, (queremos saber todo y todo el tiempo).

En definitiva somos cibernautas de un espacio libre, pero a su vez sujetos sujetados de los designios arbitrarios de quienes ocultos manejan cual hilos de títeres nuestras conductas en la web, donde a cada momento nos dejan migas para seguir un camino que conduce al consumo, a la direccionalidad de nuestras decisiones culturales y políticas. El ardid es variado y se disfraza de aliado, queda en cada unx de nosotrxs tomar las riendas y poner el límite de hasta donde caeremos en la tentación. 


 

[1] Alter, A (2018) Irresistible ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?». Buenos Aires, Editorial Paidós.

[2] Marazzi, A “Cinco horas diarias mirando el teléfono”. Revista Anfibia. Universidad Nacional de San Martín.  disponible en: http://www.revistaanfibia.com/cronica/cinco-horas-diarias-mirando-telefono/ fecha de consulta: abril 2018

[3] Op cit

[4] Op cit

[5] Agora es un término por el que se designaba en la Antigua Grecia a  la plaza  de las polis, un espacio abierto donde se solían congregar los ciudadanos, el comercio y la cultura como así también la política de la vida social de los griegos

[6] Marazzi, A. Op cit

[7] Ruiz, M (2008) Ciberetnografía: comunidad y territorio en el entorno virtual. En:  Ardeboll, Estanella y Dominguez (compiladores) La mediación tecnológica en la práctica etnográfica. ANKULEGI Editor.Disponible en: http://mediaccions.net/wp-content/uploads/05_volumen_mediaciones.pdf Fecha de consulta: abril 2018

[8] Los procesos metafóricos refieren a la “ normalización simbólica que hace que un campo semántico sea relativo a una estructura social; es decir, que ciertos símbolos connoten mediante el proceso metafórico ciertas relaciones humanas

[9] Los procesos metonímicos aluden “al significado del espacio en el proceso temporal, en el contexto cultural de su realización concreta

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