El hábitat urbano es resultado de procesos y dinámicas históricas, de un sistema de prácticas y actuaciones sociales y de una serie de condicionamientos que un determinado medio impone a diversos sistemas tecnológicos que coaccionan sobre las posibles resultantes.
La producción del hábitat, mas que resultado de un destino manifiesto o consecuencia de un comportamiento naturalizado, es una construcción permanente que un colectivo social decide acordar para dar soluciones a sus necesidades comunes.
Este conjunto de acciones, asíncronas o alineadas, resultan en una transgresión del estado de las cosas, es decir que implica una transformación material. Ello, sin dudas, genera problemas y conflictos que deben ser atendidos ante la creciente complejidad inherente a la aglomeración de actividades y funciones.
El espacio urbano es el resultante de esa conjunción y en particular debe reconocérselo como un campo de estudio complejo, multidimensional y multiescalar, que requiere comprender la dinámica de las relaciones mutuamente condicionantes entre los elementos del soporte físico y la organización social. El conocimiento de los desencadenantes del proceso, de la incertidumbre y aleatoriedad de los resultados y de los instrumentos que implican la gestión en espacios complejos, supone un esfuerzo colectivo, cuanto menos multidisciplinar.